Felicidad
Una vez un niño me preguntó:
—¿Eres feliz?
Y de inmediato le respondí:
—Sí, siempre lo he sido.
Estaba anocheciendo y el
niño se marchó, dejamos de hablar por ese día.
Al día siguiente volví al
parque para alimentar a las palomas que aterrizaban en la fuente del parque,
pero no vino nadie. Al día siguiente tampoco, y así pasaron semanas.
Durante la ausencia del
infante no podía sacarme de la cabeza la inocente pregunta de «¿Eres feliz?». Y
por más que intentara convencerme no terminaba encontrando una respuesta.
Lo tenía todo: abundaba en
salud y tenía a mi familia de mi lado. Tenía un amor y muchos amigos, si no me
faltaba nada ¿Por qué me costaba tanto responder a esa pregunta?
Las arrugas se adueñaron de
mi rostro, y mis manos temblaban cuando agarraba los puñados de semillas que
llevaba en el saco. De pronto una persona se me acercó, y me percaté de que
aquél inocente niño había regresado.
Pero él ya no era un niño,
el infante había crecido y ahora era un hombre de traje y corbata, que llevaba
en sus brazos un maletín, sostenidos por sus enormes y maduros dedos.
Él me volvió a preguntar:
—¿Eres feliz?
Entonces yo le respondí:
—No lo sé, nunca supe la
respuesta.
—Pasaste toda tu vida
tratando de encontrar una respuesta a todo, y jamás apreciaste lo que tenías en
manos.
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